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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

domingo, 19 de abril de 2015

Solo una idea




Solo una idea, esa a la que me lleva, quien la pronuncia con la sabiduría de quien domina fuertemente una certeza.
Algo parecido a esto -creo- nos dice el sabio; “Lo que todavía no entienden muchos, es de que forma o como, desde esta tierra tan lejana para ellos, se ejercita la verdadera democracia. Es aquí que se da la diversidad y es en ella, que se posicionan las pasiones y las razones de toda índole para entrar en equilibrio o deshacerse, y en ese devenir, se convive hoy”.
La tierra lejana misturó a la fuerza –a sangre y fuego- al extranjero y al nativo con su espíritu. Desde allí se recoge una fresca humanidad. Esa que identifica el aroma de todas las cosas. Desde ese lugar se sitúa la historia viviente de la mujer que acaricia las manos de un niño y habla ejercitando “la prudencia”. La virtud.
Desde allí, el niño crece entre lo sublime y el dolor, entre la encrucijada que va descolorando el destino incierto y la curiosidad que gasta toda inquietud. Crece en la forma desconocida del amor que huele a Esperanza y en la opacidad que trae la angustia. Crece en ese misterio que sobrepasa la voluntad del deseo y se transforma en el ser que vive sembrado de emociones, a tal punto de complejo que, su sensibilidad lo hace, nuevamente, atarse a un ramillete de ilusiones.
El deseo al fin, que en el crepúsculo de un día cualquiera, derrama su última lágrima para luego, traer el nacimiento.  
                                                               
                                                              De todos los fuegos...

 Mi humilde homenaje a Eduardo Galeano



El hombre:
                    El hombre llegó a la estación  “terminal” del tren, vestido con  su  ropa más elegante y una valija de cuero muy pequeña. Sentía las “sentaderas” adormecidas. Claro, luego, de dos días de viaje, no era para menos. Su cuerpo había copiado la forma de los asientos de madera de los vagones traccionados por la locomotora a vapor.

        Corría por aquellos años los inicios de la década del sesenta. El tren era uno de los vehículos de pasajeros más importantes que atravesaba gran parte de nuestro territorio.  El hombre venía del nordeste, de la frontera entre Paraguay y Argentina. De Corrientes para ser más preciso.
         Su apariencia humilde no tenía que ver con lo que vestía ya que su ropa estaba a medida y de buena confección, asimismo, relucían sus zapatos lustrosos. Había en él, sí, un andar “campechano” que demostraba no ser “hijo de esta ciudad”. Es más, parecía que tanto gentío lo abrumaba, en la ciudad de los “hormighombres”. Él era un joven de apariencia feliz. De cierta elegancia, con un rostro de facciones delicadas. Es decir, de labios carnosos y sonrisa impecablemente pulcra. El cabello negro peinado hacia atrás bien prolijo, de frente amplia y su mirada intensa, daban la impresión de franqueza. Sin muchos preámbulos, bien directa. Con mandíbula, sutilmente, cuadrada, de nariz recta y mediana y su color de piel canela, hablaban de lo agreste sin tosquedad. Pero tal vez, lo distintivo, también,  estaba en su carácter. Dominaba en él, una cordialidad o gentileza que abrigaba a una persona de bien, de confianza. Así llegó a la Santa María de los Buenos Aires. A la estación Retiro de la Gran Urbe.
        Sin embargo, a pesar de esas cualidades, la “ciudad” no lo recibió como él hubiera querido. Inmediatamente, luego de haber bajado del tren, se acercó un “avivado” y entre que no conocía y las palabras del “personaje” que enseguida lo empezó a acosar, lo convenció de “soltar” el poco dinero que traía para terminar su viaje desde tan lejos hasta la casa de su hermana. Lo que lo dejó sin recursos para enfrentar la última etapa.
        Cuando se dio cuenta que el “avivado” no iba a aparecer más con su dinero, resolvió tomar un taxi hasta la dirección anotada. El chofer de taxi le advirtió que lo llevaría pero que no le iba a devolver su equipaje sino conseguía pagarle. Con esa condición, pudo llegar hasta la dirección que permitiría reencontrarse con su hermana. Casada ella, nacida en Argentina, con hijos.
         Tuvo que esperar que uno de los hijos de su hermana -el mayor que aún era pequeño, de unos diez o doce años- procurara el dinero para pagarle al chofer, pidiéndolo prestado para recuperar su valija.
         Por fin, mirando con admiración a su sobrino, terminó su viaje, agregando:
-Hasta los chicos son “rápidos” aquí.
        El niño lo recibió con mucha amabilidad y le informó que sus padres vendrían más tarde porque estaban trabajando y después “ellos”, devolverían la “plata” prestada.
        Yo soy el hermano menor de ese niño que había recibido a un tío a quien miraba con cierta admiración y sorpresa, ya que su voz sonaba distinta con esa tonada. Había una pronunciación de las palabras con la elle remarcada que llamaba mi atención. Se que, posteriormente, al abandonar la ciudad fue la última vez que lo vimos todos. Incluye eso a mi madre ya que ella, que es su hermana, nunca supo con certeza hasta hoy como “desapareció”.
        Mi tío hacía pocos años que había terminado el servicio militar. De nacionalidad paraguayo, tenía alrededor de veintiuno, cuando llegó a nuestra casa. Con mucho orgullo, el hacer el servicio militar “habilitaba” a los varones a “recibirse de hombres” pues la conscripción obligatoria en el Paraguay es de dos años y la incorporación de reclutas, a los dieciséis. Pero también, ese orgullo estaba fundado en “ser útil a la patria” y el ser apto para entrar de conscripto, implicaba ser fuerte, sano y de talla aceptable, Cuando cumplía con el “servicio”, conoció a muchos compañeros que estaban en contra del régimen gobernante, “plagado” de corrupción, de injusticia. Algunos de estos compañeros estaban bien adoctrinados y dispuestos a “acompañar”al cambio. De allí, tal vez, haya nacido ese ideal que lo guió –supongo- hasta la muerte.    
        La “colimba paraguaya” es muy distinta a la de acá. Como siempre, el de “rango superior” comete todo tipo de abusos contra su “subordinado” pero con el agravante de que pueden golpearlo, incluso someter a todo tipo de torturas sin que haya posibilidad de “reclamo por derecho”. Aquí sucedía pero en menor grado, allá es “cosa común” desde siempre.
        En aquellos “sesenta y pico”, gobernaba el Paraguay desde hacía muchos años ya, un general mercenario y asesino que fue el “promotor-vencedor” de una guerra civil entre dos bandos que se identificaron como “liberales” y “colorados”. Al frente de los “colorados” -el ejército más numeroso y mejor provisto- estaba ese “general” sanguinario, quien pudo doblegar a sus enemigos y adueñarse del poder, realizando luego, interminables persecuciones aún hasta en las aldeas campesinas más alejadas. Esa sangrienta guerra civil se propagó por todo el territorio del Paraguay y por supuesto, terminaron sufriendo los inocentes, los débiles e indefensos; las mujeres y niños que tenían que huir de sus casas hacia la Argentina para no terminar muertos o vejados.
         En una de esas aldeas campesinas “pegada” a la frontera que establece solo el río Paraná, es donde nació mi tío. Es donde nació su “voluntad de querer cambiar lo establecido”. Si bien, su educación precaria y campesina no lo convertía en alguien “preparado para adoctrinar”, él escuchaba a sus pares, con la convicción de quien  podía sumar lealtad y coraje. Las palabras que alimentaban su espíritu de combatir “al poder asesino que  dirigía el país”, eran repetidas como para intentar ser “la columna de una conciencia colectiva”.
         Los “voluntarios” se multiplicaron en alrededor de cien, se prepararon para partir. Él, con algún conocimiento en armas por su servicio militar cumplido recientemente, creyó que podía aportar algo al grupo.
        Partieron en un barco desde el puerto de Buenos Aires y al llegar a la zona fronteriza, donde iban –supuestamente- a ser “bien pertrechados”, nunca se supo con certeza que es lo que pasó. Solo hay una versión que se propagó de boca en boca,  mucho tiempo después de lo que, quizás, aconteció.
         El ejército “colorado” solo tuvo que esperar la llegada del barco lleno de “voluntarios irregulares” que ni armados estaban y a los cuales, exterminaron sin misericordia alguna. El barco quedó sin sobrevivientes y, posiblemente, hundido.
         Los cuerpos nunca fueron entregados y tal vez, haya sido asesinado. Muerta su nobleza, su lealtad y coraje.
         Raimundo Benítez –para nosotros “Mundo”- así se llamaba quien, como una paradoja irrepetible, es aún hoy, un “desaparecido”.

Mis abuelos lo habían bautizado como “el hijo del mundo”.

             porque está llena de alegría
             reluce la inmaculada esperanza,
             cruza el puente del mundo
             para llegar convertida en hijo,
             la madre tierra lo acuna,
             hace crecer su inocencia
             y cuando cobra sentido la vida
             puesto que “el secreto está en creer”,
             “el hombre” con su inconsciencia
             en un suspiro lo apaga.

         Desde aquella dirección que se ilumina con tu presencia voy trazando el camino del regreso.
         Quien fue “el guía” a través del tiempo tiene garantizado el resplandor que espanta la misma oscuridad.
         La tierra hollada es la cuna en que a mis pies le crecen sus raíces y esforzado trabajo es dejar una huella hacia adelante.
        Traspaso mi fulgor a otra criatura viviente para no equivocarme pues tengo que evitar desandar los mismos senderos.

Perezcuper
 (Extraído del libro “Tratado del viento”, páginas 105 a 108)

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