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San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

domingo, 7 de julio de 2013

Agradecemos


Agradecemos la colaboración de Perezcuper por el aporte de este video musicalizado ("La Calandria"- Interpretado por Luis Salinas) y su lectura.

(Foto de J. L. Serra)
  
                Desde una esquina del aula se nota este pequeño revuelo de almas nuevas. Hay un “flash” que resplandece y no hubiera sido necesario ya que el fulgor de cada uno otorga suficiente luz para mantener la escena en plenitud. No lo tuvo en cuenta el compositor fotográfico pero tampoco –nunca podremos saberlo- si fue con deliberada intención de retratar con más luminosidad aún, a “varios autores materiales de la alegría”.
                He aquí los candidatos “cargados” de responsabilidades por representarnos ante las generaciones venideras. Bien parece –sin proponérselo- que este ambiente académico, entregó sus más potenciales exponentes para debatir sobre “el recurso del método” y “su influencia en el juego de azar” (???) Quiero retruco.
            La mirada obsesiva sobre esta composición instantánea, seguramente, encontrará “formas” de contraponer opiniones. La mirada poética, sin mediar con la nostalgia, encumbrará al *”espíritu de la tierra” latente. Al fin, enunciar tanto palabrerío solo por una foto…jajaja…puede ser útil para agregar, que aquí se “mezclan” todos los hijos pródigos. Es, en este “pastiche”, que se moldearán nuestros caracteres y sin dudas, solo unas cuantas fotos pueden hacernos hablar hasta “el fin de la historia”.

       “En ese lugar bendito de esta tierra…” 
*R. Scalabrini Ortiz

(Extraído de la contratapa del libro "Tratado del viento" de Ruben J. Ayala)



No te leo ahora…solo sé, que se me abalanzan las oraciones incompletas, algunas líneas de ordenados caracteres uno al lado de otro, que algo insinúan y se mezclan con la música de tus metáforas escritas o la melodía de una canción  grabada.
Este manojo de sentimientos  que da vida  a un personaje de “comedia virtual”, es lo que despierta tu voz. Se que puedo viajar en el aire hasta tu living o donde acumules tus emociones, para acercarme a lo más profundo. Desconozco aún, otra forma de hacerlo.
 Pero sin perder nada de nuestro vínculo, voy trazando los párrafos en los que de a poco -muy lentamente- se expresa mi excitación, se desprenden las burbujas, se acaloran las mejillas, ya no hay ritmo parejo en tantas pulsaciones dilatadas y  se despeinan las ideas.
Cerrando los ojos para no dejar escapar “la concentración”, escribo contigo en  los “pentagramas de la poesía”,  salpicándolos de “odas”, sin dejar la sonrisa quieta.
Pero cuando respiro con tus palabras, cuando estoy en ellas, cuando dejo de insinuarte para decirte lo que me toca de todo, ya no sé como dejar de amarte. Ya no puedo.

 Es que sale de mi y vuela, no solo el deseo, sino todo aquello que se emparenta con la plenitud de mi humanidad.

De todos los fuegos...



"El ejercicio de las letras es misterioso; lo  que opinamos es efímero y opto por la tesis platónica de la Musa y no por la de Poe, que razonó o fingió razonar, que la escritura de un poema es una operación de la inteligencia. No deja de admirarme que los clásicos profesaran una tesis romántica y un poeta romántico, una tesis clásica" (Jorge Luis Borges).



El “mirador” (del cóndor)

Con la necesidad de encontrar
espacio para un “mirador”,
el “suspiro” (del cóndor) emprende su viaje.
Tiene suficiente “carácter” para ascender
con los “bolsones” de aire cálido
y mantenerse ahí arriba, expectante.
Sin saber que ese “punto” oscuro,
que se mueve en el cielo,
desafía a la altura
para glorificar la vida en su vuelo.
Pues no hay criatura que lo iguale.



La suavidad, es predisponer
a la poesía al sentido del tacto.
Compartirla, es hacerla
aún más trascendente.
Brillan los ojos negros
y no hay forma de evitar su luz.
Aquí se ilumina la vida.
Juega el satén con las manos
para reflejar caricias.
Otro sueño, con escenario de rasos,
acostumbra a la mirada
a resbalar sin obstáculos.



Cuando te “regalan tanto”,
del suspiro que viene en su viaje
“despierta” un rumor atrevido
y aromatiza el aire
que “incita” a refregarse.
Suplanta el gusto
de un fruto maduro
por los tonos de esta madera
que tiñen nuestra frente amplia.



Apetito es saber,
que entre la sonrisa
y la mueca del llanto
está ese mismo deseo
de querer fortificar el cuerpo
con “el suspiro que viene en su viaje”.
Parte de adentro hacia fuera,
aliviana todo el volumen,
vuela y planea sin restricciones
y no desperdicia energía.
Es el “suspiro” (del cóndor)
que se “multiplica de sensaciones”,
que al fin, significa
medir cuanto más “entrega”

esta inquieta vida.


Octaedro




                                          El hombre y el carro:
                                                   En el viejo bar de Marino, se podía pedir desde una copa, sándwich, alguna minuta, golosinas y, hasta ricos helados (solamente cuatro gustos) fabricados por él mismo.
Los jueves, sábados y domingos, proyectaban películas en una gran pantalla. El encargado de pasarlas, era un muchacho alto, desgarbado, de nombre Miguel, que había quedado huérfano hacía poco. Era muy respetado y querido en el pueblo por su buena educación. El muchacho desgarbado, con la muerte del dueño del bar, pasó por unos años, a proyectar películas en la Sociedad Italiana. Tiempo después, atendería la oficina de la Empresa Liniers, que salía desde Los Toldos hacia Buenos Aires y pasaba por O’brien. Duro pocos años ese recorrido y, Miguelacho -como lo llamaban todos- en su nuevo trabajo, repartía las encomiendas de los micros de media distancia.
Cargaba su carro de dos ruedas con las cajas, resaltaba su negativa, ante el ofrecimiento de un caballo para el reparto, y él mismo tiraba del carro. Todos los días recorría el pueblo con su carro. Su figura alta, flaca, cubierta en invierno con un sobretodo negro que flameaba con el viento, sus zapatones negros que hacían escuchar sus largos trancos, atraían los ladridos de los perros callejeros, que él, espantaba con una bolsa en la mano.
Los velatorios que había en esa época, se hacían en las casas, ya que aún no había sala velatorio. Miguelacho no faltaba a ninguno. Se contaba, seguro de su presencia, pasada la medianoche. Con la parsimonia que lo caracterizaba, saludaba con respeto a los dolientes y se quedaba varias horas, aceptando algún café, bebida o licor que servían. Luego, se iba a su rancho en las afueras del pueblo.
Pasó el tiempo, Miguelacho comenzó a enfermarse de tantos fríos que soportó su esquelético cuerpo. Ya no tiraba del carro, solamente, visitaba los clubes, miraba como jugaban a las cartas. Nunca pidió nada, se dignaba a aceptar lo que le convidaban.
Un invierno, una neumonía acabó con su magro cuerpo, en el hospital del pueblo, donde había sido internado.
Según me contaron las enfermeras del hospital, era "un enfermo muy bueno por que no se quejaba". Mantuvo hasta el final su señorío innato, aceptando su pobreza como solo él, podría hacerlo: “Con dignidad”.
Ya los velorios no contaron más, con su infaltable presencia.
Tal vez, los perros callejeros cuando ladran por las noches, es por que ven pasar su espectro recorriendo el pueblo con sus largos trancos y su sobretodo flameando.

Brisa de un pétalo







Sumando en desorden pues la regla “defiende cualquier orden de los sumandos”, se acumula en algún espacio lo que trae una tumultuosa intimidad.
Sangre de sentimiento, río que corre desde una vertiente de oraciones apasionadas y “la resonancia” que deja “el chispazo de un rayo”.
Sangre de sentimiento que hace de tinta insoluble para que se grabe “el concepto” en el ánimo, profundamente.
Así, se arrima la pluma a la palabra y ella, a cada instante “renueva el aire”.
Así, se va yendo con la metáfora “el orden de los sumandos”, “la resonancia”, “el concepto”, “el instante”.
Y se graba en el ánimo una “especie” de revelación que se asoma, para luego, no descubrirse.
Sin embargo, desde la mirada que contempla el detalle, sigue y domina “la inquietud” pues se quiere llevar un premio que vale mucho más.
Y ¿que encuentra que sea de tanto valor “esa inquietud”?
Deja que se entrelace tus cabellos, así, como se mezclan las ideas.
Deja que la refulgente luz vaya provocando un parpadeo que no pueda definir exactamente la imagen.
Deja que me acerque hasta creer que puedo rozar con los labios, tus vellos que siento crecer.
Deja que entre en tu pensamiento con la confianza que lleva una descripción de la virtud:
           Eso es, un aroma secreto que se hundirá en ti con la aspiración más profunda para dejar su distinción, vaho particular que después, indagará en el recuerdo. Y también, hará prolongar en cada mínimo fraseo musical, la nota dominante, plena de armonía que se amalgama con el aire, para luego, desvanecer el silencio.
Y camino al color deseado, una y otra vez, supondremos casi todos los matices que entrega la luz.
Más tarde, subirá desde el centro mismo donde nace lo suave un brillo de nácar que resbala cerca de la seda.
Y por supuesto, el sabor que trae lo sustancial para reconocerte, utilizará la guía del instinto y a la vez, se convertirá en “lo sublime”.
Es solo entonces, que entre ambos, se confirma aquello que entendemos,
es compartir.

Perezcuper




                                        Extraído de losguardianesdelarte.blogspot.com.ar


                "Atardecer en el campo" - Autor: Romántico Fugaz (Acuarela sobre canson Nº 6)