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Editado por el autor

San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

lunes, 18 de noviembre de 2013





                            
                                          "Flores"- Autor "Eterno" - Acrílico sobre tela




Te celebro.


                                                                Tu aroma no trasciende el misterio.
                                                      Sigue ahí, vivo, y penetra a distancia.
                                             Desnuda todos los deseos. 

                       No se aplica solo, a la fuerza de un vapor sutil que flota para erotizar el aire sino que supone, desde un punto imaginario, que cada uno de tus sentidos adquiere finísima capacidad de respuesta a pequeñas excitaciones y se traduce desde la palabra. Frente a ella.
         Entonces, es que advierto en el caudal de “tus voces”, alguna sentencia -alguna rara explicación, al fin- de cómo encontrar belleza en la contemplación de las cosas, de como golpear con imágenes que sorprenden, que me llevan a un deslumbramiento continuo.
       Aquí estoy, maltratando el lenguaje, con voluntad de expresar lo que me hace cautivo y también, “eso” que entrega el diario acontecer. Entresacando del interior, lo que la vida provoca y algo más…que tal vez, sea lo que deambula como una sombra desconocida para terminar en el trazo que dibujan nuestros fantasmas.
        Ficción o realidad, es aquello que nos hace vibrar en conjunción lo que hoy me  convoca.
     Si la armonía de la palabra estuviera dentro de las disciplinas que domináramos, no sería “esta” la “canción” que escribiríamos de una melodía más dulce.
        Quien requiere de reglas, es tan solo la gramática.
      Nosotros, tenemos la gratitud de demandarle a la oración nuestra emotividad… Aventurarnos en la metáfora para desandarnos…
        ¿Es con el propósito de “hilar” con las letras e ir más allá del sentido?
        Sí, claro…quisiera en lo profundo, inquietarme mucho más para reavivar “lo sanguíneo”.
       Sumergirnos en aguas u otros fluidos,  en el aire o en el espacio sideral, a veces torrentoso y turbio, a veces transparente y calmo, a veces más cálido, o de brisas perfumadas o temperamentales vientos, pero siempre, sin salvoconductos, sin salvavidas.
   
Prendernos como acompañantes del más audaz, del más apasionado, pues si descendiéramos en la oscuridad, no hay tinieblas densas que atemoricen y sí escaláramos hasta lo sublime, será para bebernos, y será también… ¿para descarnarnos?        
    O… para componer nuestra propia música que propague la diversidad de todas las formas de celebrarnos.
        El “perfume del vacío” es para celebrar… como una sola vez,
sin admitir, que es lo que en el fondo se acumula
pues allí, en el vacío, es más fácil crear todos los aromas.

*¿Quien sabe por que
“salpican” algunas esencias
que se distinguen primarias
y luego, en una sola “estela” se mezclan,
para que se haga tan intenso,
“el aroma de la vida”?
¡Ah…vida...que también, nos envuelva!

Perezcuper 
(* Párrafo publicado en este blog en la entrada del 8/7/12)




Parece que no tengo más remedio que hacerte Un Manifiesto:

¿Como hace la palabra para llegar a moldearte, abrazar tu ternura y respirar en un temblor?
¿Como es que el caprichoso destino se convierte en sentimiento para sembrarse dentro de uno y otro?
¿Como es que tu voz tiene la sonoridad de quien canta con la melodía del mejor poema?

Un color es  la luz
que traduce su candor,
y una vida se fecunda
para regarnos de emociones.
Entonces, la alegría
puede inundar con su sabor,
cuando el quererte tiene la frente
perfumada de ilusiones.

Cada vez que asoman las letras, se vuelve al “secreto de la vida”, ese que encierra “el universo de lo sensible”, un microcosmo que te conforma y te rodea.
Cada vez que te pronuncio, vuelvo a mirarte para entender el por qué de los latidos.

                                                                   
Desde la tierra poblada de almas recién hechas donde se cobija la Esperanza,

desde la figura que emite un resplandor que suma su talento para iluminar,

se va incorporando en el aire ese magnetismo que lleva a pensar en ti.

Tengo esa sensación de mirarte por dentro para alimentar la ilusión,

la certeza que viaja en cada sentimiento y se traduce en palabras.

Tentado en la pasión me salpico de tu gracia y de sonrisas gratas,

y de como mis manos moldean tus labios y reciben el premio del dulzor.

Hombre, que te busca sobre las aguas que remarcan un murmullo de ternura.

Hombre que, divaga en el mundo donde todo se aturde con el grito de la soledad.


La vida se calca en las pulsaciones,
en el ir y venir de los ojos
hacia donde se descubre
el sabor dulce de lo hedónico.
La vida se calca en una ráfaga de mentiras,
en la tristeza de lágrimas perpetradas
 que traducen la infinita miseria
y a veces, la excelsa belleza.
En sueños donde la eternidad
late como un instante.



Y allí, al final, te busco.
Y te encuentro,
hecha de perfumes y de frutas.
Te encuentro en la tarde
que entrega su última lumbre
para sostener el ocaso
y derramar su nostalgia.
En tu voz, donde resuena el color
con que se pinta el requiebro.
Te encuentro en el canto
de los hijos pródigos, los poetas.
En el festejo de mis lágrimas
y en cada sonrisa que despiertas.


De todos los fuegos... (Dedicado a María)


 Desde la llanura 
                          de lo virtual voy cabalgando sobre el horizonte resplandeciente que  deja -por un momento- expandirnos. Escuchar nuestro canto, extasiarnos, comulgar con lo que suponemos sublime. Convertir cada frase en erotismo.
        La belleza de una composición instantánea parece que sale sin necesidad de corrección. Plena y entera, justa y “redonda”, pero aún cuando contenga errores u horrores, cursilerías o subjetividades, se va hilando cada sentimiento que tiene el gusto de algo, el pan recién horneado.
         Luego, una sombra insalvable tiñe el cielo que nos cubre con una nueva tormenta. La luz se desvanece en los cuerpos, la energía fundamental opaca a la oración y el núcleo donde se acumulan las mejores emociones, se diluye en el aire. Asoma lo incomprensible. 
-¿Cual es la especulación que me anula?
        Tal vez,  la rutina de una  gimnasia cargada de vicios.      
Me largo a vagar sin rumbo para tocar a la puerta de la misma soledad. Buscarte entre los ruidos, entre la distorsión del mundo, en alguna nube, a ti, con las aletas portentosas de un pez formidable, más alegre. Necesito nadar en algún submundo. Descifrar la realidad de una vida interior o alimentar el ego de saber comunicarme contigo. Describirte entre todas las almas que se juntan para enmascararte e intentar componer alguna canción.
-¿Cuál es la especulación que me anula?
 ¿El ser sociable para buscar o intentar alumbrarme de lo que nos hace mejores?. En cualquier “juego” está implícita la seducción, entonces, la palabra, dominante ¿tiene el derecho de alimentar la sensualidad?
¿Acaso no son las personas, las que nos enriquecen con el “jugo” de sus temperamentos y sus expresiones?
      Sí… una mujer puede ser mejor. Contemplar a quien admiro puede dejar el deleite latente. 
    A propósito, la mentalidad, el pensamiento, tiene el resguardo de nuestros fantasmas, son vigías de nuestra propia oscuridad.

      Desde alguna nebulosa interior “el deseo” con su expresión más fuerte, que todo lo mueve, que todo lo arrastra, hace también, sentir el dolor que provoca tu ausencia.
                                                                                   
                                                                                                                                   Octaedro




“Orejano”:
               Así, llamaban al ganado salvaje que se había criado en el lugar y que casi todos los días eran recogidos de a uno por los “gauchos”. Se iban acumulando en corrales y eran peligrosos, porque poco tenían de “costumbre ver a personas a caballo".
Se internaban en el terreno en grupos de a cuatro gauchos como mínimo y los caballos, siempre con el armazón de monturas con “guardamontes”. Esto último, era la protección contra arbustos de “mala espina” (principalmente, Chañares) tan pinchudos como para tenerles respeto y no andar sin protección. Que a propósito, se hacían con el cuero de burro que era especial para eso. 
Los acompañaban los perros. Según contaron, sino fuera por estos últimos, no podrían capturar a ni un solo ternero "guacho". Al ver los animales sueltos, los perros en jauría se abalanzaban con todo, directo a los garrones y el toro o vaca o ternero se cansaba, hasta que llegaban los peones, lo enlazaban y lo traían hasta el casco y los corrales. Un día completo el animal quedaba maniatado a un poste para que se acostumbre a ver gente alrededor y que le den agua y comida para luego, “marcarlo” (yerra) y cortarle un pedacito de cuerno. 
Lo tremendo era cuando lo soltaban para incorporarlo a la manada, por eso ¡mucho cuidado! porque te atropellaba con fiereza. Mal se ponía el bicho, “enojado con quien se había atrevido a hacer semejante cosa”, no le ponía freno ni el corral ni el alambre, todo se lo llevaba por delante, lo corneaba. Algunos perros, en su afán de “capturar” una vaca -la que reaccionaba a patadas para defenderse- terminaban golpeados. Así, la vida campestre.
Ver la vertiente de agua, “la gota de luz” que se acumula en un espejo de humedad en el mar de la nada, y lo que ella puede en un desierto. Tender el milagro de una alfombra de alfalfa, contraste sobre la arena, para dar de comer al ganado. Y las viñas. Ahí, una cepa del torrontés.
Tantas hectáreas para derramarse en vino que vale el mejor de los suspiros. Y entre plantas de vid, y fuera de eso, cuando el arbusto pinchudo fue desalojado, puntos rojos que putean con sabor de pimientos.
Después del almuerzo, “juego de tiro al blanco”con la Ballester Molina, y el balde cargado de piedras a los cincuenta metros que suena cada vez que tiro (no esta mal). 
Y por las dudas, montar sobre “El flechin”, caballo del dueño, elegante criollo, que aún siendo inexperto jinete, me llevó casi flameando en el viento como si la vida tratara de apresurarse detrás de sensaciones fuertes. Tanto agradecimiento a su conducta de chusco pero impecable a la hora de tocar el freno. Un galope que me desacomoda hacia un costado y al corregir, caballo y jinete sonríen con entusiasmo. 
Práctica de enlace en el corral con la manada de vacas corriendo alrededor del que se ponga a revolear el lazo. Ahí viene, la que se desprende del “montón más parejo”.

-¡esooo, cuidadoo!- y la despedida final con abrazos.

                                                                                         De todos los fuegos...

domingo, 7 de julio de 2013

Agradecemos


Agradecemos la colaboración de Perezcuper por el aporte de este video musicalizado ("La Calandria"- Interpretado por Luis Salinas) y su lectura.

(Foto de J. L. Serra)
  
                Desde una esquina del aula se nota este pequeño revuelo de almas nuevas. Hay un “flash” que resplandece y no hubiera sido necesario ya que el fulgor de cada uno otorga suficiente luz para mantener la escena en plenitud. No lo tuvo en cuenta el compositor fotográfico pero tampoco –nunca podremos saberlo- si fue con deliberada intención de retratar con más luminosidad aún, a “varios autores materiales de la alegría”.
                He aquí los candidatos “cargados” de responsabilidades por representarnos ante las generaciones venideras. Bien parece –sin proponérselo- que este ambiente académico, entregó sus más potenciales exponentes para debatir sobre “el recurso del método” y “su influencia en el juego de azar” (???) Quiero retruco.
            La mirada obsesiva sobre esta composición instantánea, seguramente, encontrará “formas” de contraponer opiniones. La mirada poética, sin mediar con la nostalgia, encumbrará al *”espíritu de la tierra” latente. Al fin, enunciar tanto palabrerío solo por una foto…jajaja…puede ser útil para agregar, que aquí se “mezclan” todos los hijos pródigos. Es, en este “pastiche”, que se moldearán nuestros caracteres y sin dudas, solo unas cuantas fotos pueden hacernos hablar hasta “el fin de la historia”.

       “En ese lugar bendito de esta tierra…” 
*R. Scalabrini Ortiz

(Extraído de la contratapa del libro "Tratado del viento" de Ruben J. Ayala)



No te leo ahora…solo sé, que se me abalanzan las oraciones incompletas, algunas líneas de ordenados caracteres uno al lado de otro, que algo insinúan y se mezclan con la música de tus metáforas escritas o la melodía de una canción  grabada.
Este manojo de sentimientos  que da vida  a un personaje de “comedia virtual”, es lo que despierta tu voz. Se que puedo viajar en el aire hasta tu living o donde acumules tus emociones, para acercarme a lo más profundo. Desconozco aún, otra forma de hacerlo.
 Pero sin perder nada de nuestro vínculo, voy trazando los párrafos en los que de a poco -muy lentamente- se expresa mi excitación, se desprenden las burbujas, se acaloran las mejillas, ya no hay ritmo parejo en tantas pulsaciones dilatadas y  se despeinan las ideas.
Cerrando los ojos para no dejar escapar “la concentración”, escribo contigo en  los “pentagramas de la poesía”,  salpicándolos de “odas”, sin dejar la sonrisa quieta.
Pero cuando respiro con tus palabras, cuando estoy en ellas, cuando dejo de insinuarte para decirte lo que me toca de todo, ya no sé como dejar de amarte. Ya no puedo.

 Es que sale de mi y vuela, no solo el deseo, sino todo aquello que se emparenta con la plenitud de mi humanidad.

De todos los fuegos...



"El ejercicio de las letras es misterioso; lo  que opinamos es efímero y opto por la tesis platónica de la Musa y no por la de Poe, que razonó o fingió razonar, que la escritura de un poema es una operación de la inteligencia. No deja de admirarme que los clásicos profesaran una tesis romántica y un poeta romántico, una tesis clásica" (Jorge Luis Borges).



El “mirador” (del cóndor)

Con la necesidad de encontrar
espacio para un “mirador”,
el “suspiro” (del cóndor) emprende su viaje.
Tiene suficiente “carácter” para ascender
con los “bolsones” de aire cálido
y mantenerse ahí arriba, expectante.
Sin saber que ese “punto” oscuro,
que se mueve en el cielo,
desafía a la altura
para glorificar la vida en su vuelo.
Pues no hay criatura que lo iguale.



La suavidad, es predisponer
a la poesía al sentido del tacto.
Compartirla, es hacerla
aún más trascendente.
Brillan los ojos negros
y no hay forma de evitar su luz.
Aquí se ilumina la vida.
Juega el satén con las manos
para reflejar caricias.
Otro sueño, con escenario de rasos,
acostumbra a la mirada
a resbalar sin obstáculos.



Cuando te “regalan tanto”,
del suspiro que viene en su viaje
“despierta” un rumor atrevido
y aromatiza el aire
que “incita” a refregarse.
Suplanta el gusto
de un fruto maduro
por los tonos de esta madera
que tiñen nuestra frente amplia.



Apetito es saber,
que entre la sonrisa
y la mueca del llanto
está ese mismo deseo
de querer fortificar el cuerpo
con “el suspiro que viene en su viaje”.
Parte de adentro hacia fuera,
aliviana todo el volumen,
vuela y planea sin restricciones
y no desperdicia energía.
Es el “suspiro” (del cóndor)
que se “multiplica de sensaciones”,
que al fin, significa
medir cuanto más “entrega”

esta inquieta vida.


Octaedro




                                          El hombre y el carro:
                                                   En el viejo bar de Marino, se podía pedir desde una copa, sándwich, alguna minuta, golosinas y, hasta ricos helados (solamente cuatro gustos) fabricados por él mismo.
Los jueves, sábados y domingos, proyectaban películas en una gran pantalla. El encargado de pasarlas, era un muchacho alto, desgarbado, de nombre Miguel, que había quedado huérfano hacía poco. Era muy respetado y querido en el pueblo por su buena educación. El muchacho desgarbado, con la muerte del dueño del bar, pasó por unos años, a proyectar películas en la Sociedad Italiana. Tiempo después, atendería la oficina de la Empresa Liniers, que salía desde Los Toldos hacia Buenos Aires y pasaba por O’brien. Duro pocos años ese recorrido y, Miguelacho -como lo llamaban todos- en su nuevo trabajo, repartía las encomiendas de los micros de media distancia.
Cargaba su carro de dos ruedas con las cajas, resaltaba su negativa, ante el ofrecimiento de un caballo para el reparto, y él mismo tiraba del carro. Todos los días recorría el pueblo con su carro. Su figura alta, flaca, cubierta en invierno con un sobretodo negro que flameaba con el viento, sus zapatones negros que hacían escuchar sus largos trancos, atraían los ladridos de los perros callejeros, que él, espantaba con una bolsa en la mano.
Los velatorios que había en esa época, se hacían en las casas, ya que aún no había sala velatorio. Miguelacho no faltaba a ninguno. Se contaba, seguro de su presencia, pasada la medianoche. Con la parsimonia que lo caracterizaba, saludaba con respeto a los dolientes y se quedaba varias horas, aceptando algún café, bebida o licor que servían. Luego, se iba a su rancho en las afueras del pueblo.
Pasó el tiempo, Miguelacho comenzó a enfermarse de tantos fríos que soportó su esquelético cuerpo. Ya no tiraba del carro, solamente, visitaba los clubes, miraba como jugaban a las cartas. Nunca pidió nada, se dignaba a aceptar lo que le convidaban.
Un invierno, una neumonía acabó con su magro cuerpo, en el hospital del pueblo, donde había sido internado.
Según me contaron las enfermeras del hospital, era "un enfermo muy bueno por que no se quejaba". Mantuvo hasta el final su señorío innato, aceptando su pobreza como solo él, podría hacerlo: “Con dignidad”.
Ya los velorios no contaron más, con su infaltable presencia.
Tal vez, los perros callejeros cuando ladran por las noches, es por que ven pasar su espectro recorriendo el pueblo con sus largos trancos y su sobretodo flameando.

Brisa de un pétalo







Sumando en desorden pues la regla “defiende cualquier orden de los sumandos”, se acumula en algún espacio lo que trae una tumultuosa intimidad.
Sangre de sentimiento, río que corre desde una vertiente de oraciones apasionadas y “la resonancia” que deja “el chispazo de un rayo”.
Sangre de sentimiento que hace de tinta insoluble para que se grabe “el concepto” en el ánimo, profundamente.
Así, se arrima la pluma a la palabra y ella, a cada instante “renueva el aire”.
Así, se va yendo con la metáfora “el orden de los sumandos”, “la resonancia”, “el concepto”, “el instante”.
Y se graba en el ánimo una “especie” de revelación que se asoma, para luego, no descubrirse.
Sin embargo, desde la mirada que contempla el detalle, sigue y domina “la inquietud” pues se quiere llevar un premio que vale mucho más.
Y ¿que encuentra que sea de tanto valor “esa inquietud”?
Deja que se entrelace tus cabellos, así, como se mezclan las ideas.
Deja que la refulgente luz vaya provocando un parpadeo que no pueda definir exactamente la imagen.
Deja que me acerque hasta creer que puedo rozar con los labios, tus vellos que siento crecer.
Deja que entre en tu pensamiento con la confianza que lleva una descripción de la virtud:
           Eso es, un aroma secreto que se hundirá en ti con la aspiración más profunda para dejar su distinción, vaho particular que después, indagará en el recuerdo. Y también, hará prolongar en cada mínimo fraseo musical, la nota dominante, plena de armonía que se amalgama con el aire, para luego, desvanecer el silencio.
Y camino al color deseado, una y otra vez, supondremos casi todos los matices que entrega la luz.
Más tarde, subirá desde el centro mismo donde nace lo suave un brillo de nácar que resbala cerca de la seda.
Y por supuesto, el sabor que trae lo sustancial para reconocerte, utilizará la guía del instinto y a la vez, se convertirá en “lo sublime”.
Es solo entonces, que entre ambos, se confirma aquello que entendemos,
es compartir.

Perezcuper




                                        Extraído de losguardianesdelarte.blogspot.com.ar


                "Atardecer en el campo" - Autor: Romántico Fugaz (Acuarela sobre canson Nº 6)

lunes, 15 de abril de 2013

Agradecemos la colaboración de "la voz dormida" por el aporte del enunciado y su musicalización del poema escrito por Yanira Soundy : "A ese hombre"



Pienso en ese hombre que besa como si el mar fuera a desbordarse,
Que siembra su sonrisa en mi piel con la altivez de la espiga,
Que dibuja mi soledad sobre la niebla.
Pienso en ese hombre, dócil a mis ojos, fiel, pleno, íntegro.
En su vuelo humedecido sin tiempo y sin espacio.
Como primavera sobre el trigo del otoño.
Pienso en ese hombre que inventa soles, aguas de seda al tacto y una verdad sencilla para amarme.
Ese hombre cierto, inconstante, mío.
En el callado temblor de sus latidos, en sus ojos de oscuros desafíos.
Pienso en ese hombre que me espera con dulce arrobamiento.
En su cabello de trigo que me inunda en un pleamar de pétalos y trinos.
Ese hombre:
Sol salvaje, río de música y silencio, pájaro en el alba.
Pienso en ese hombre y hay aroma en la música y color en el aroma, claveles recién abiertos y flores niveas en mis sueños.

Yanira Soundy

     Algún brazo detiene tu cuerpo para adueñarse de lo que cree que es un tesoro lleno de misterios y placeres. Acerado brazo que atenaza, que acollara, que aprisiona como la hiedra que rodea al tronco. Ambicioso, él, se sumerge en la propia voracidad, en el deseo de avaricia. Marca un paso demoledor que se acerca a la pasión, pero no está muy distante de aquello, que luego, se transforma en indiferencia. Es como el placer y el dolor, sin distancia, como la vida y la muerte.

         ¿Hilo fino que se estira hasta romperse para desafiar con un mínimo contrapeso alguna ley de la “estática”?
          No…la razón, puede que domine hasta el punto que quiera domesticarte, tiene el argumento convincente, pero “esto”, tiene un sentir más profundo, es la réplica.
          En tu vuelo se escucha el rumor del viento. Hace falta oírlo una sola vez y ya es suficiente. En el loco sendero de trazo firme que deja tu viaje, que impresiona el aire con una estela de luz, cola de cometa exorbitante que se dispara en tirabuzón, ahí mismo, queda encajonado el canto que rumorea “las palabras sagradas”.
          Tu aleteo, sopla aire para despeinar y despertarnos “la sensación de libertad”.

Octaedro


(De perros atados)

Es posible que ese perro atado ladre
a estrellas que lo aturden con señales
o aúlle a quienes lo dejaron vigilando,
para nadie, una casa abandonada.
Los vecinos se quejan porque no pueden dormir,
escuchar la radio o lustrar sus automóviles.
Mientras tanto yo le adivino colmillos azules
como el amor o la muerte y lo imagino altivo
como algunos hombres o como muchos perros.
Porque su sonido tiene algo de delicada insensatez
o de agonía, y ese sonido me acompaña y me persigue.
Porque su ladrido se impone por sobre las voces
desafinadas y rancias de la gente
mezcladas como al fondo de una olla.
Y porque es posible que yo esté atado también,
pero sin su convicción para ladrar y aullar
ahora que, siento finalmente que me han dejado solo
vigilando una luz casi deshabitada.

Néstor Mux


Te miro y veo a través
de tu mirada niña,
un horizonte pleno…
atrapante… hipnótico.
Te miro y sé
que tus ojos otean la distancia
preguntándole…
preguntándote…
como será cruzarla.


Te miro y siento
que el temor por momentos
se agiganta,
apretando en la palma de tu mano
el pasado niño entre mis faldas.
Después, achicando el sudor
 que te recorre el alma,
sientes que está muy cerca tu partida.


Bocanada de soles que te esperan…
tan tuyos y seguros
tan deseados
que por más que mis faldas
y mis manos se enreden en tus sueños…
vuelas, planeas… partes.
Mientras, detrás de ti
yo puedo sonreír llorando,
y llorando, reír
junto a tu vuelo.


Niño – hombre
ya despegaste tu plumaje
de “canchero”
y aunque sepa del ir y venir
que empieza en el oleaje,
te despido feliz…
enormemente feliz….
de haber puesto menos peso a tu equipaje,
haberte contado que, ese  horizonte
siempre…  siempre…
estará por encima y por delante,
para que estires tus sueños
y los alcances.

Alas azuladas


Te veo entre brumas. Lejano aún en la cercanía, lejano aún estando aquí a mi lado.
Distancia sin distancia.
Tan acostumbrada a ti, tan acostumbrada a tus besos y caricias que ahora, simplemente las extraño.
¿Donde estarán tus pensamientos?
¿A donde irán cuando vuelan? ¿Será que volverán aquí?
Te veo entre brumas.
Lejano aún en la cercanía, lejano aún estando aquí a mi lado.
Y seguiré aquí esperando que vuelvas, que tu mente se acomode, que tu te acomodes.
Seguiré sosteniendo tu mano, seguiré acompañándote aunque tú me sueltes.
Seguiré sabiendo quien eres aún cuando tu ya no sepas quien soy.
Tu mente no volverá a ser la que era.
Tú no volverás a ser el que eras.
Pero aún sigues a mi lado y aunque ya no me recuerdes, sé que en alguna parte sabes quien soy.


De buena fibra



Me quede detenida
en ese instante de hace tanto y tan hoy.
Me sumerjo en tus ojos tristes,
acaricio en secreto tu sonrisa,
navego tus labios una y otra vez,
soñando ese beso.
Ese, que lleno de lágrimas
no pudimos dar,
con el nudo de tanto vivido
y ¡tanto! por dar.



Algún día recorreré tus cejas,
me dormiré en el espacio
entre tu nariz y tu mentón,
bajaré por tu barba zigzagueando
en la calidez de tu cuello,
para delirar historias sobre tu pecho.
Algún día, seré lo que debí ser,
piel de tu piel.
Por ahora, solo soy suspiro de un encuentro,
y tú, aventurero de mis horas quietas.



¿Quién  sabrá  jamás
de pérdidas y olvidos,
cuando aún late lo vivido?
¿Quien pensara recuerdos
 cuando aún la sangre
está caliente de tanto deseo?
¿Quien se esconde tras esos ojos
que aún  le miran?.
Los despojos yacen
tras las sombras,
mientras las huellas
del ser amado te consumen,
te destripan, te vuelves carcajada de llanto,
la locura se apodera de tu imaginación,
y aún muriendo, te sientes viva,
por que lo amas,
por que es el sentido de tus días,
por que su ausencia
es la esperanza de la pronta venida.

El tiempo se vuelve nada,
la idea es la caricia,
y si es locura amar a un ausente,
que te  llamen loca de por vida.
¿Que saben ellos,
de sus besos tan sagrados,
de palabras que te hipnotizan,
de letras que se tatúan en la piel
hasta abrir heridas?
¿Que saben del despertar
en sus brazos y volverte mujer
y amante en un solo día?
que me  llamen loca...
por saber.. que ya no soy mía.

                                        IVONNE



“Nostalgias”

En el año 1980 mis padres compraron casa en el pueblo, a la que luego nos mudaríamos.  Un gran caserón antiguo del año 1908, linda y pretenciosa, con ventanales gigantes con vidrios ingleses que daban al patio, con casi 24 metros de frente, ventanas y puerta de cedro -ambos altos- de dos cuerpos, con una gran claraboya en lo alto para que entrara luz y aire y sus dos ventanitas alargadas también, protegidos por rejas.
El llamador era una mano de bronce sujetando una bola, que apoyaba sobre otro círculo de bronce. Bastaba que alguien lo tocara o lo golpeara y retumbaba en toda la casa, penetrando el sonido por el ancho pasillo, llegando hasta el parquecito del fondo.
Al lado estaba la escuela, por lo cual, al pasar los chicos se prendían de la manito, llamando.  (jaja) las veces que habré salido a ver quien era.
A menos de 20 metros estaba la Avenida y enfrente, la Plaza principal.
En época de los carnavales veíamos los corsos, sentados en la vereda.
En la esquina, la vieja panadería, al morir sus dueños paso a ser una confitería, donde cenaban y se amanecían con su música fuerte, en alto volumen. En verano era imposible conciliar el sueño con tanta juventud haciendo bochinche en la calle y en la plaza.
En la primavera del año 1989, el 13 de octubre para ser mas precisa, sufrí el deceso de mi padre a consecuencia de un ACV (accidente cerebro vascular). La casa paulatinamente dejó de tener vida, se fue inundando de tristeza para mí. Ya no lo veía sentado enfrente en el banco de la plaza, o parado en la vereda en el portón del garaje.
Mi padre era una persona bastante silenciosa, armónica, su presencia irradiaba paz y protección.  De altura media, 1.75 mts., delgado, ágil, su andar era ligero como si sus pies no tocaran el suelo. Reía poco, solo lo necesario, a veces su mirada se perdía como si se fuera detrás de sus pensamientos.
De más joven le gustaba llevarnos a mi madre y a mí, al cine, a las obras de teatro o los circos (que recorrían los pueblos). Amaba la música, en especial el tango, tocaba la armónica de oído. Me enseño a bailar la música porteña, para mis 15 años me presento en sociedad en un baile, bailando un vals conmigo.
Cuando se casaron habían ido a vivir a la capital, Buenos  Aires. Y se quedaron trabajando allí los dos durante 6 años, hasta que anuncie mi llegada y a pedido de mi madre regresaron a la campaña.
El trabajo duro del campo no logró embrutecerlo, mantenía sus manos blandas y deseos de hacer sociedad, casi todos los atardeceres iba al Club de la Sociedad Italiana a encontrarse con sus amigos. Era un ser de mucha captación, sensible y a la vez muy sufrido.
Se fue muy joven aún, muy vital con sus 73 años, de manera inesperada, dejando un gran vacío.
Cada vez que visito mi pueblo, al pasar por la Avenida, miro la que fue mi casa, pretendiendo ver inconcientemente a mi mamá en la puerta de entrada, y a mi papá en la vereda o sentado en el banco de la plaza …

Brisa de un pétalo



LA ISLA

…Y vio el arcoíris que desplegaba hasta ella siete hermosos tonos de azul, desde el intenso lapislázuli hasta un casi imperceptible celeste.

Supo que debía subir por él y viajar así a universos jamás conocidos, pero mil veces soñados, por ella.
Le costó increíblemente mover sus brazos e incluso sus dedos pues llevaba  una eternidad completamente inerte. Poco a poco sintió la corriente cálida de su sangre y esa sensación le hizo recordar que aun estaba viva.
Se inclinó ligeramente hacia su izquierda para comenzar la escalada y fue  cuando se percató de que no podía sentir sus extremidades, pero no se extrañó como tampoco sintió asombro alguno, al observar que en el sitio donde la memoria le decía que estaban sus piernas, solo habían dos protuberancias verdes que se fundían con el paisaje selvático de la diminuta isla.

Alzó su mirada triste hacia el sendero azul y reprimió con firmeza las lágrimas que comenzaban a salir, pues cierto instinto heredado de algún ancestro le dijo que su llanto sólo fertilizaría aquella vegetación y ésta, finalmente, terminaría asfixiándola.
Cerró sus ojos y pensó resignarse, pero una suave brisa trajo hasta ella una voz olvidada en el tiempo y que alguna vez, le susurró al oído que el azul es el color de las ilusiones.
Entonces sonrió…

Amaranta




Aspereza, la que deja el agua-ardiente,
la que arrastra la ingenuidad de un trago
que se bebe sin la intención de emborracharse.

Aspereza, la que socava en la piedra
el agua de las lluvias,
o el glaciar que se mueve sobre la roca.

Aspereza que se convierte en superficie pulida,
que se nota en la redondez de esa dureza
que acompaña el lecho del río.


Aspereza, la que entrega el trabajo
que se adueña de las manos.

Aspereza, la que derrama
el suburbio con su gente,
en peregrinaje continuo.

Aspereza que duele
en el rostro de los inocentes,
cuando escupe la miseria del hambre.

Aspereza, el crimen que la ambición provoca. 

Áspera y difícil, hostil y temeraria,
la realidad que construye el hombre,
avanza con holgura sobre toda la vida.
 
¿Será, que en alguna esquina de un sueño,
el hombre, podrá despertarse
con su candorosa sencillez
para crear otra ilusión?


De todos los fuegos…

lunes, 18 de febrero de 2013



    Dibujo con photoshop "...explorando el rojo" - Sin título - Autor: Romántico Fugaz extraído de su blog

Agradecemos la colaboración de MarenCalma por la lectura del poema y musicalización de este video.


Mujer-ensueño

Adhiero a una forma de pensarte,
de construirte en segmentos perfumados
que descubren una nube de suspiros,
con brillos que derrochan alegría,
de gestos que llenan casi todos
los silencios de tu asombro.

Adhiero a una forma de tocarte
justo detrás de aquella luz,
para ver y palpar mejor
donde empieza lo suave
y como se refrescan las manos
en algún vapor del regocijo.

Adhiero a contemplarte
en toda tu extensión,
solo, para aprender  a deslizarme
sobre esos, los recovecos más dulces.

Adhiero a trepar sobre tu árbol cálido,
de sombra inquieta, que multiplica
sus innumerables ramas que me abrazan.

No encuentro nada de ti
que no merezca festejarse como un milagro,
por eso, adhiero también a tus cabellos,
mundo de fibras que acerca la cortina
esplendorosa en plena danza ondulada.

Y adherido estoy a tus entrañas
para celebrar allí el sinuoso recorrido
de la sabia que alimenta tu latido.

Voy observando sobre el llano
donde crecen girasoles,
la advertencia que trae la lluvia fresca
en la que te ha convertido mi sed.

Voy multiplicándome en sonidos
hasta inundarte de armonía
cuando menos lo esperan tus oídos,
así, me desbarranco en una canción
que se dispara en tus cuerdas.

Peino con mi lenta exhalación,
infinitos tallos de tu siembra en el cielo,
que deja caer esas hojas,
para cubrirme del color de una caricia.

Dibujo de tu luz
que estalla en la misma franja
en que se vuelca el mar tibio de una esperanza.

Octaedro 

La palabra
 
Estoy entre ese espacio
en que se pierden
los crepúsculos que soñé,
y  todo se transforma
en cataratas negras
que me arrancan el alma,
sin dejar huellas de lo que fui.
Estoy entre infinidades
de “no quiero”,
por ser algo ínfimo
de lo que quise ser
y no pude más.
Estoy entre un “me voy”
y un, “no tengo ganas de estar”.
No soy nada.
Me fui hace tiempo entre sus ojos.
Ahora, solo vivo cuando él me recuerda.


A veces, me gusta pensar
en los hombres como nubes,
cada cual con su forma, su espacio,
la luz del sol que los atraviesa
de diferente manera.
Sus movimientos cambiantes.
Pero el viento llega
y solos, se van
a recorrer otros cielos.
Y vendrán nuevas nubes
y buscaré formas.
Todo me sirve para escribir.
Todo, hasta lo que no existe y lo invento.
Siempre gano, hasta cuando pierdo.


La palabra, como gota de sangre,
se escabulle, lo cambia todo en coágulos
que se desparraman por las venas,
con  ninguna coma 
en los pensamientos, sin detenerse.
Ahora, te bloquea un instante,
te incita, te hace humano,
hasta que la corriente, de nuevo,
se convierte en agua.
Sudas la palabra, la lloras, la escupes,
la mudas en orgasmo virtuoso,
la muerdes y otra vez, se hace catarata.
La palabra, no es más que piel escrita
que se vuelve nada. Nada…

Yvonne


Agradecemos el aporte realizado por Rayen srkl

“¡Cuidado con las palabras! A veces puede costar demasiado caro pronunciarlas.
Cristo, Sócrates, Giordano Bruno, padecieron la intolerancia dialéctica imperante. La guadaña le pasó cerquita a Descartes, pero arrasó simbólicamente con el pobre Galileo, le costó la excomunión a Spinoza, y Benjamin tuvo que «autoajusticiarse».
Concuerdo con el cuidado de la adecuación de la munición al enemigo. No se le puede tirar con un cañón a una termita. Ni recitarle la tabla del dos a Einstein. Esa regla de oro, puede ser tenida en cuenta a la hora de manifestarse ante un tribunal examinador o en una presentación académica escrita.
También, y además, y especialmente, lo mismo rige en las relaciones amorosas. Y por qué no decirlo en todo ámbito concerniente”.

Enrique Garcia




En esta última soledad
de los silencios…
donde se termina un día,
donde llega indefectiblemente
la oscura y absoluta certeza
de estar solo….
pienso-siento-creo,
que estas aquí.
Mirándome desde tu absoluta
soledad,
y escuchándome
como lo hiciste siempre
en estos últimos años
que estuvimos juntos.
Siento pena
por no haber podido
escuchar esto antes
de que partieras, papá.

Patuky


“…la inminencia de una revelación que no se produce, es tal vez, el hecho estético”. (J. L. Borges)

Desanudar las letras que se entrelazan en la mente de alguien, con esta precaria mirada hacia las almas que descubren sus quebrantos y alegrías. Sortear el límite del lenguaje para encontrar los sonidos de cada sentimiento y entonces, cuando se moldea la palabra en la garganta, aprisionarla para atenuar el grito. Desde ahí, liberar está forma de expresión, querer derramar “un torrente de ese fluido” que refresque algo de la vida.
Luego ¿la condición es escuchar tú “voz”? ¿tu propia música? ¿el canto de todo, de cada cosa de este universo que te puebla y que procura encenderse en “alguna magnificencia”?

Así, se supone de aquellos “enunciados”; que te traspasan, que te hieren, que te acarician o que te ofenden, que te escupen, que te moldean, que te encantan, que te llevan, que te imaginan o que te rezan, que te traen, que te hacen volar, que te opacan, que te pintan, que te recuerdan, que te quieran, que te odien, que te obliguen, que te maten, que te castiguen o te premien, que nuevamente, te hagan nacer, que reniegues y que renuncies, que luches y huyas por cobardía, que regreses por ser valiente, que te limpien, que te humillen, que te denigren, que te mutilen, que te honren, que te satisfagan y al fin, otra vez, que te dejen enamorarte. Y que te hagan agradecer… una y otra vez… y otra vez…

La escritura que “pretende” -quizás-  inmovilizar el instante en que nuestro pensamiento dispone de su imaginería, de sus divagues, de reflexionar y después, dejar que “ella” ,“la oración”, se traslade o se alargue, se recupere y se transforme, se adapte al entendimiento particular y se multiplique de una manera diferente en cada uno que la lee.
Es decir; un “juego” en el que las palabras se vinculan con un estado de ánimo del individuo que proyecta “la significación”, y que luego, lo traduce con su propio sonido, música o color, o eso que también, se sobrepone a lo emotivo. Nos va dejando ese rastro.
Tal vez, “la oración” ¿llegue con la impronta de cada lector, la que le corresponde un sentir para ser “transformada” en un texto de infinitas variantes?
No es, necesariamente, el que lee, un individuo “distinto” sino –puede ser- la misma persona en distintos tiempos y estados de ánimo. Eso es, lo que va dando una idea de la diversidad en que será “reinventada la oración”.
Entonces, *“…es el lector el que crea la literatura” (*J. L. Borges). No es más que él, con la idea reveladora de quien se entusiasma por “reconvertir” y “recrear” lo que alguna vez fue pronunciado por su autor preferido y admirado.
Esa “revelación” trasciende el misterio que encierra “la escritura”, su musicalidad, la significancia, todo aquello que produce sensaciones, lleva implícita la sustanciosa espiritualidad que nos hace reconocernos.

De todos los fuegos…



Sabor de sabores,
cuando se impregna
a nuestro alrededor el verde-selva
que inunda el hueco de nuestros pulmones.
Sabor de comidas que suplantan
la brisa con risueños aromas.
Sabor de la noche,
cuando flota en el aire
un vapor salitroso, mínimo,
cuando el agua calma del mar, arrulla,
cuando la luna viaja con su luz,
para extasiar la mirada.


       
Sabor de la música que transpira
desde las mañanas en cada objeto
o cada sujeto vivo,
o aún, imperceptiblemente,
cuando recién está muerto.
Sabor de la mirada en cada color
que transcurre con su tiempo.
Sabor de las manos que construyen,
que entibian la frescura de un vegetal,
que se frotan con el resuello de alguna idea
o que recorren tu cuerpo. 

Sabor de mujer
que nos premia con más vida,
que nos multiplica,
que nos ordena con un mandato natural,
que es el “dejarnos amar”.
Sabor de la belleza cuando se embriaga
el corazón de tanta maravilla.
Sabor de lo cotidiano,
que trae voces iguales a estas, que tal vez,
no tienen amparo de alguna sorpresa.

Octaedro




Alberto, en el recuerdo. 

La trágica noticia, me la dio una enfermera por teléfono:
-¿Es usted familiar de Alberto F....?
-Soy una prima -le respondí.
-Le comunico que falleció anoche, de un paro respiratorio.
A mi pregunta de;
-¿Como sucedió? ¿Sí, según él mismo, me decía que estaba mejor y lo iban a mandar a su casa?.
Su respuesta fue:
 -Se descompensó y lo tuvieron que trasladar a otra clínica para atender más complejidades, en donde en una UTI (Unidad de Terapia Intensiva) le dio tres paros cardio-respiratorios, produciéndose el deceso.
Le agradecí y colgué el teléfono. Por un instante quedé atónita, paralizada, “Alberto, murió”. No había dudas, la información concordaba en todo, era cierto…
Sentí  como si un gran mazazo me destrozara. Pagué la comunicación y salí a la calle, en estado de shock, comencé a caminar…Todos los recuerdos vinieron a mi mente: los 13 años de amistad  hermosa, incondicional, éramos compinches en todo.
Yo le había ayudado a que siguiera estudiando, pasándole apuntes y copiándoselos. Lo incitaba a estudiar, como su segundo hermano mayor que ya era medico y seguía patología. Él me decía: “Negra, mi hermano es sano, yo soy diabético desde los cuatro años, se que voy a quedar ciego y a morir joven”. Vivía con sus dosis diarias de insulina. A lo cual yo, lo reprendía diciéndole que era haragán. A los 22 años yo logro terminar la secundaria de adultos.
Por esa época “me puse de novio” y formo pareja con el padre de mi hijo, regresando a mi pueblo.
No supe nada de Alberto por unos siete u ocho años. Un día mirando la página de profesionales de Junín, leo laboratorio de patología del hermano y Alberto, técnico patólogo, trabajaba en el mismo laboratorio. Se me llenó el alma de alegría, “lo había logrado”.
Una tarde temprano, en un semáforo, esperando para cruzar la calle, para ir a la academia donde hacia un curso de masajes y digitopuntura, escucho mi nombre gritado desde un auto. Era Albertito, ¡que alegría tan grande! verlo después de tanto tiempo.
Nos abrazamos fuerte y quedamos en encontrarnos a tomar un café y charlar a la salida de mi curso, en la cafetería de la esquina.
Nos charlamos todo, lo vivido durante esos años en que no nos vimos, le conté de la separación de mi pareja, que vivía con mi hijo en la casa de mis padres, que había abierto un local de depilación y masajes, etc.…Ese día fui a saludar a su mamá la cual se alegró mucho de verme, conocí a su hermano medico y también, a su otro hermano al cual yo conocía.
A partir de ese día, cada jueves, cuando salía de mi curso, iba al laboratorio, en planta baja, donde tenían los departamentos de su mamá, y de sus hermanos. Él vivía con ella.
Como buen hijo de árabes, era sumamente inteligente e intuitivo, con repasar la mirada en mi, se daba cuenta si yo tenia un problema, entonces, insistía hasta que se lo contaba.
Quería hacerme entrar de enfermera en una clínica, y yo no sabia nada de eso. Quería que fuera enfermera como su mamá, o que aprendiera con él a preparar el material de los PAP y las biopsias y así, trabajar con él.
Me sorprendió un día, diciéndome, que “siempre había estado enamorado de mi”, yo me reí y le contesté:
-¿Vos? Jajajá… ¡Ves una escoba con polleras y ya te enamoras!  -No le creía.
Tenían con su familia una quinta en las afueras de la ciudad, con pileta, cancha de tenis y un gran parque, en donde tenia perros ovejeros alemán de raza, “había ganado un primer premio, con un hermoso ejemplar”. Le gustaban las plantas y había puesto ese invierno, varios rosales y un jazminero.
Corría el mes de junio de 1988, acepté ser su novia, a pesar de no estar enamorada de él, lo quería mucho y nunca iba a dejarlo (así se lo dije) éramos tan compañeros en todo…
Alberto quería formar pareja ese mes de julio, que yo cambiara a mi hijo de escuela y vivir en la quinta.
-¿Porqué tanto apuro? -le contesté- Esperemos a las vacaciones de verano y que comience el año escolar aquí.
La tarde del 13 de agosto, vamos a la quinta y me muestra su jazminero, “le había dado un hermoso jazmín”. Cosa muy extraña, cuando los jazmineros florecen  a fines de noviembre o diciembre.
En 48 horas, una neuropatía aguda, en forma inesperada, se lo lleva el 3 de septiembre de ese año 1988, a los 33 años. En un invierno muy frío que no dejaba llegar la tibieza de la primavera, tan próxima.
Superado el gran impacto de su partida, encontré la fuerza en su recuerdo. Su alegría de vivir, su risa, casi permanente. Me enseño a valorar las pequeñas cosas de la vida, el amor al prójimo, a proyectarme en la vida. El recuerdo de sus palabras: “Negra, sos inteligente, vos podés lograr lo que te propongas”, fue mi motor…
 Hice varios cursos a partir de allí, entre ellos, también enfermería. A todos los desarrollé trabajando.
Sentía una fuerza interior muy grande  que me impulsaba a seguir y lo recordaba con alegría, agradeciendo a la vida el haberme dado la oportunidad de conocer a alguien tan especial.
A más de 24 años de su partida, siento que desde el más allá, me sigue guiando y protegiendo. Seguimos siendo los Amigos compinches, que fuimos durante 13 años.

Brisa de un pétalo

 


Me paro frente a ti
Tratando de observarte 
Aunque no te vea.
No tienes rostro
No tienes cuerpo
Solo tengo tu voz
Solo tengo tus palabras.







Parada frente a ti
Tratando de observarte 
Aunque no te veo.
Siento tu respirar
Siento tus manos
Deslizarse suavemente por mi cuerpo.
Tus dedos juegan con mis cabellos.
Tus labios me rozan acariciando mi rostro.
Delicadamente me transportas
A mundos imaginarios
Cargados de amor y deseo.




Parada frente a ti
Tratando de observarte
Aunque no te vea.
Me quedo quieta
Muy quieta esperando
Que vengas a mi
Para hacerme sentir
Que es posible,
Aun sin volar,
Llegar hasta el cielo


De buena fibra