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Editado por el autor

San Martín: El autor 2012 ISBN 978-887-33-0957-4 CCD B863

jueves, 5 de noviembre de 2020



 
Hay un pequeño haz de luz

                                                 que deja ver como viene a mí tu perfil. Así, como tu presencia. Y la mirada, lo que hace, es recorrerte en cada gesto. Contemplarte en esa situación imperturbable, concentrada, con la inspiración que transpira desde tu alma.

Es que, ¡Estás como en trance, María!

Tratando de resolver “aquellos” contenidos; la asociación del texto más la figura que corresponda, lo que puede ser algo dibujado, o una foto, o ambas combinaciones. Es decir: que es admisible hasta un video ya conformado o también, puede incluirse, hasta un truco fotográfico.
Después… será precisamente de allí, la elección de las palabras y su tipografía, el color, la ubicación en el plano y el fondo en que se compromete. Al fin, es observar como se mueven una serie de mecanismos, tanto tecnológicos como de creación pura.

Tal, es el ejercicio cotidiano al cual te brindas para hacernos visible tu arte y el intento de hacernos conjugar en el hecho estético. O quizás, obtener de nosotros los destinatarios –apenas, si será- la aprobación como pago y alimento o posiblemente, tan solo, sobre la anhelada caricia en el ego, movilizar y estimularte a seguir creando.
La inesperada llegada de tu imaginación viaja a la velocidad de la luz, por eso, ahora, nos recorren mariposas de volar cansino, o definiciones académicas de las palabras, o  refranes antiguos que traen su consiguiente aprendizaje.
Puede que parezca una zoncera o que encerrado en dos dimensiones, vuelve de tu mano, el autor preferido cuyas elucubraciones, cumplen nuevamente, con la premisa de quedarse en nosotros o es la viñeta humorística la que deja latente, tu volátil ironía.

Sospecho que es así, como diariamente –con pinceladas de maestra- realizas “tus postales”, las que también, se festejan con la sonrisa cómplice. Esa sonrisa amplia de admiración continua, nos trae el asombro para quedarse como conviviente en nuestras puertas.
Es en el océano de nuestra virtualidad, donde compartes tus trabajados “poemas”. Y son “ellos”, los que viajan en sus naves extrasensoriales y a la deriva, los que luego, pueden unirse en nuestros pensamientos y colmar los sentidos.
Entonces, por todo esto. ¡Vaya para ti, la celebración del acto de concebir, María! Sea tuyo también, nuestro agradecimiento, por dedicarnos tu tiempo de inquietud, inteligencia y creatividad, para ayudarnos a descubrir tu fantástico mundo de imágenes coloridas, o aquellos versos poéticos, desbaratados en alguna memoria, que renuevan su intensidad para emocionarnos, o estos contraluces que se aplican a remarcar primeros planos, de tu lírica profunda.


Escucho tu sentencia más oportuna, “Ya lo decidí”.
Juego con imaginarte entre lágrimas de “tu mal de risas”.
Voy refrescándome en esa liquida mirada que expande tu curiosidad.
Camino a tu lado para confirmar como es que vas levitando por el mundo.
Me declaro admirador de tus ojos en el más amplio espectro de tu expresividad.
Puedes derramar en el aire, cada gota de la gracia que te conforma para iluminarnos.
Suele traerme la vida, el momento angelical de tu presencia, solo para agradecer.
Se escapó de tus labios, el rumor tibio de ese suspiro que provoca el abrazo.
Sostiene tu inocencia, la alegría plena que cabalga en ti desde la niñez.
Un desliz de tu cuerpo fabrica la aureola que adorna la brisa.
Quiero suponer que está el brillo de tu espíritu cerca de mi.


                                                                                              De Octaedro (para María)

viernes, 18 de octubre de 2019

¡Che, María!


-Cada día que pasa, esta bola de fuego ahí arriba suspendida, la que parece que va rodando y rodando sobre mi cabeza, cumple con su mandato universal. Mañana, seguro que vuelve de frente, primero, refrescándose en el río. Ya conozco su camino.
Hoy, la bola se irá alejando por detrás, a mi espalda.
Es por eso que otra vez, posiblemente, “cerca” del horizonte, algo explota; le vomitan al cielo éstas nubes de colores. Éstas, que traen sangre que se pierde entre los rosas, los naranjas, los grises y celestes… sacudiendo el alma de los que contemplan.
Mientras tanto, mi atardecer compartido, tiene el semblante de una chica que sonríe y aunque en nosotros, la ciudad vuelca su bruma densa y pesada de ruidos, la mirada clara de esmeralda, las mejillas en un punto teñidas de púrpura que luego se diluye, su sonrisa pulcra de blanco nevada, reconstruyen el momento más amable que pueda existir.
Ella, sabe que sus ojos hasta pueden acariciar las calles empedradas y en el puente aquel, convertido en una mujer que danza con las piernas abiertas en el aire, larga un suspiro para celebrar la vida.
Ahí está, ella sentada al lado de un morocho -bastante conocido- que enfunda su cabeza en un chambergo claro y le gasta su mejor bienvenida.
Le dijiste:
-Hola, Gardel.
Ahí estás, caminando en la urbe donde habitan "las venusinas" sin darte cuenta que sos una de ellas. Te escapaste del poema de Don Horacio para retozar sobre angostas veredas rodeada de casonas viejas en San Telmo.
Y al acercarte a la Plaza Dorrego, ya te acompaña un fantasma que seguramente, se desprendió de algún tango.
En aquella esquina, “El balcón”, derrama su música. Parece que es algo de jazz y también algo de magia. Sobre el entablado sonó un taconeo que marcó tu presencia.

¡Aquí María! Aquí la gente, te llama:

-¡Che, María!

Y como la imaginación no tiene en cuenta los gastos de combustible, todavía se te ve volar por cada rincón de esta ciudad para saborearla en su misterio y su luz, en su cultura amplia y fecunda, en su gente solidaria y creativa (la mayoría) y la otra, despiadada y cruel (las menos).
Y la Santa María de los Buenos Aires hasta aquí, te agradece.
-¡Che, María! ¿Sabías que sentir tus pasos que repiquetean en noches eternas, o en mañanas soleadas, o por las tardes venturosas, es como decir en código Morse a tanta urbanidad porteña: “Yo te quiero, Buenos Aires”? ¿Sabías eso?
¿Sabías que en cualquier barrio, desde la mesa de un bar con ventana a la calle se ve flotar en el aire ese espíritu que contiene nuestra pasión e intensidad de cómo se siente la vida?  ¿Sabías eso?
Está visto que ya lo sabés. Porque tu mirada se complace en confirmar tu empatía con estas vidrieras de librerías que te recuerdan a Don Roberto Artl y su personaje “El Rufián melancólico”.
Está visto que en tu andar pergeñando secretos en algún pasaje silencioso y añejo, por como están vestidas aquellas casas, o este aire fantasmal que se esconde detrás de alguna sombra, te dejaste anudar a tus cabellos algunos gorriones trasnochados que vienen a llevarte para protagonizar las canciones eternas de nuestros hijos, los poetas.
Y Allí, cuando se traspasa la bruma que trae el río, se te queda pegada en el rostro esa pátina de bohemia que perdura y se hace amplia a la vuelta de cualquier esquina.


Octaedro (dedicada a María).


martes, 17 de septiembre de 2019

Box
 
El escenario que me propone
la modernidad –ahora-
es lo que se llama: “un cuadrilátero”.
“La porfía” allí, es que se defina
de una manera extrema, a los puñetazos.
Y todo, se transforme en espectáculo.

Se encuentran los cuerpos entrenados
para desbaratar el solitario momento
en que trabaja el miedo.

El arte de la defensa y el ataque
tienen pocos cabildeos.
Entonces, la acción pura, obliga.
Vienen los golpes directos,
los ganchos, los ascendentes,
los cruzados a la cabeza o al cuerpo.
Las estrategias de caminar por el ring,
ocupar el centro o apoyarse en las cuerdas,
son parte de la historia de una epopeya
que nos cuentan en sus acciones,
ambos contendientes.

Los comentaristas tomarán las referencias
para caracterizar a los púgiles
y serán ellos, “los pegadores” o “estilistas”
quienes ofrecerán el movimiento
de cabeza para eludir “bombazos”,
o de lanzar los puños
hacia el golpe predilecto.
Pero al fin, están frente a frente
midiéndose en la distancia y el tiempo,

cada uno dominando su propia esgrima,
en el que un instante traduce la inteligencia
de la maniobra  del cuerpo.

En cada gesto va
el exterminio hacia el otro,
y la tribuna que alienta.
En cada golpe, la tenacidad empeñada  
de querer voltear el resultado.
Y la muchedumbre se espanta.
En cada palpitar está
el mismo corazón del coraje.
Y la esperanza de ganar “la batalla”,
está, en cada gota de sangre.


Tiene alguna impresión entre las sombras
aquella que es la sombra más oscura.
Así se llena la boca de angustia.
De esa sed difícil de saciar.
Está la épica de la gloria, de la derrota,
del poema que canta
en la lucha hasta el final.
Luego, esto se termina en los abrazos
de los que pelean con lealtad.



De todos los fuegos.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Una vez más -con cierta desconfianza- voy camino hacia el artefacto que guarda y a veces esconde la música de las palabras. Por supuesto, tengo confirmado lo que era una sospecha bien fundada sobre mí. Lamentablemente, siento decir que no soy músico, ni siquiera un audaz que se aventura a interpretar con cierta armonía.
Sí, me encuentro mejor en la definición de un mínimo aficionado que recorre los símbolos trabajosamente, para aprender a “encastrarlos”, revisar sus significados y luego, buscar en ellos la expresión de mis sentires. Todo eso está muy lejos de la música.
Quizás, una mala noticia para los que se arriesgan a leer y terminan por descubrir este íntimo y penoso dialogo con las teclas.
Estas letras que tienen sus referencias borradas en mi teclado y que ahora -por la memoria y mi intuición- voy tratando de ubicar para que me ayuden a deducir, o a responderme estas preguntas:
¿Porqué cada una de estas letras tiene su “propio carácter”? ¿Misterio en el canto que provocan los fonemas? ¿“Hay algo de luz en sus sonidos”? Al pronunciarlas, ¿Van originando sabores en la lengua?
Parecería que las cualidades de estos símbolos de los que hablo, son ocurrencias de un delirante y  es muy probable que así sea.
Sin embargo, indagar en alguna consecuencia, trae, que sola, la ansiedad se vuelque en ellas.
Así, voy desandando estas líneas extendidas en cada reglón, moldeando el fraseo de las metáforas como un autómata amarrado a su fatalidad, soy el que mueve los dedos acariciando las teclas y deja “a la intemperie”, esta conversación de mis propios pensamientos.

Entonces, por tener una excusa para escribir, es que se me da por dedicarle tiempo al relato del último viaje:

“La India colorada” es el nombre de fantasía que recibirá de acá en más, la motocicleta que me acompañará en este tramo de ruta y que tendrá su protagonismo en el juego de símbolos que propongo, para transformarse luego, en relatos de mi (no muy original) “diario de motocicletas”…ja.
“Ella”, de origen de la India, un vehículo de baja cilindrada, tiene el color que nombro en el párrafo de inicio. Colorado.
Este es el tramo que voy a recorrer junto con mi hijo menor (él, en su propia moto). Una experiencia intensa que nos llenó de emotividad compartida y tiene para mi, el fundamento de intentar conocer a mi propio hijo viajando (esto último; él no lo sabía), además quiero visitar ese pueblito costero en el que posiblemente, nació mi madre, y también, mirar aquello de lo que el viejo Heráclito hablaba: “…todo es movimiento, como un río que no se puede parar”, es decir, la definición de “la vida misma”.
Y a propósito del viejo Heráclito, fuimos incorporando a nuestro itinerario, el paisaje que hace del agua un elemento primario de superlativa importancia, donde se pueden dejar esparcidas todas las angustias hasta que se ahoguen y se las lleve la corriente…ja. Desde allí, buscar un espacio de reflexión, de tranquilidad, y eso es lo que contagia la conjunción de la mirada con el río, que después, se hace algo difícil de querer olvidar.
Esta es la propuesta, al menos hoy. Esto es lo que creo.  
El equipaje es bastante voluminoso y pesado, lo que redunda en gastos, pero hay una sonrisa constante, complaciente, que transforma todo en algo extraordinario y nos llena de alegría.
Posiblemente, no descubriré cosas nuevas para el resto de las personas que se atrevan a leer, pero hay en mi, esta voluntad de sumar lo que el verde me causa y creo, tengo la obligación de traducirlo al idioma exiguo que conozco. Aparte, lo hago por no tener otra alternativa, ya que traducir eso, no es más que cumplir con esa fatalidad a la cual estoy atado como a mi destino final.
De todos modos, vayan mis disculpas hacia cualquier lector que se sienta defraudado.
Hecha estas aclaraciones, enciendo y pongo en marcha a “la india colorada” y empiezo a buscar esos caminos de alma húmeda, bien distinguibles, que tienen su canto grabado en el agua, y que nos regala nada más ni nada menos que –entre otras cosas- el reflejo de la majestad de la altura.
¡Allá vamos! hacia los humedales, hacia los reservorios de agua dulce y potable, que el mundo ve como un tesoro y nosotros también, queremos valorarlo así.
¡Allá vamos!
Los primeros tramos, serán “tocando” parajes combinados con la costa del Río Uruguay.

Es decir:
                 Hacer el primer descanso en Gualeguaychú (Provincia de Entre Ríos). Fue al mediodía para almorzar. Después seguimos por la 14 (RN) hacia el norte, para asomarnos a Colon, ubicado a unos trescientos cincuenta kilómetros de Buenos Aires (aproximadamente).
Parada  al fin, que nos permitió acampar en un lugar que conocía de antes.
Con una buena cena se completó la primera noche y el descanso correspondiente fue sobre un colchón inflable que respondió a todas mis expectativas…  
Antes de cenar, estuvimos tomando unos mates en la playa de una arena impecablemente limpia y blanca.
La tarde ventosa amenazaba con algunas nubes cargadas y posiblemente, nos mojaría en la noche.
El río había crecido bastante, lo que dejaba una pequeña franja de arena como playa.
Las bases de los troncos de algunos árboles estaban sumergidas en el agua y con el color gris de las nubes, formaban una combinación perfecta que traía imágenes en las cuales estaban editadas con el aire de la melancolía.
No llovió casi nada. Luego, comprobaríamos, que solo amagó con una llovizna mínima que duró un rato.
Colon tiene calles anchas y donde no llegó el asfalto, hay una especie de piedra de canto rodado que conforma un piso durísimo y filoso, en el que no hay que frenar de golpe -súbitamente- ya que una moto cargada y con ruedas muy infladas y duras, corre el riesgo de patinar y desequilibrarse.
En la noche hubo ritual de fuego, el manjar de un pedazo de carne asada a la parrilla, alguna mínima ensalada, el vaso de vino tinto (obligatorio), que dejaron su huella de alegría en nuestros estómagos.
Poca conversación, el silencio se hizo cómplice de algunas elucubraciones no muy trascendentes…ja.
Primer día sin sobresaltos.
Por la mañana levantar el campamento, previo desayuno modesto y caliente. Otra vez la ruta 14 hacia el norte.
Próximo destino: Represa de Salto Grande (sobre el Río Uruguay).
Todos estos recorridos tienen felizmente, como escenario a la Ruta 14, que está impecable y es de “doble mano para cada lado”, es decir, dos manos de ida y doble mano de vuelta.
Mi hijo, sabe leer muy bien todo lo que indica el GPS. Él es el guía y le resultan muy útiles los teléfonos inteligentes, nos facilitó encontrar el camping en que llegamos rodeados de un bosque enorme y bastante antiguo en sus especies de eucaliptus (muy altos, añosos). Pegado a nosotros, el lago que conforma la represa de Salto Grande. Bellísimo.
Mi curiosidad estaba por satisfacerse, quería hacer una excursión a la represa y ver todo lo que complementa a la obra que produce la central eléctrica. Primero nos instalamos y seducidos por esa laguna inmensa en un día para festejar con la sonrisa más amplia, nos dedicamos a comer y tratar de capturar algún bichito del lago con una línea improvisada. Con esa línea “nos encargamos de alimentar las mojarras” que en realidad, “nos tuvieron de hijo”. Desfilaron los mates y la charla con lapsos de silencio importantes. El lago tenía su protagonismo y allí, lucía impecable, esplendoroso.

Aún cuando
la fibra de mi espíritu
quede lastimada
con los filos de la angustia,
aún cuando
me enfrento a ese adversario
que es el protagonista
de las peores pesadillas.

Aún más, cuando
en la oscuridad de mi cuerpo
predominen los personajes del abuso,
aún así, en lo más intimo de mi ser,
se ilumina y refracta
lo que el astro contagia,
y el verde intenso es el color
de “la tela de mi alma”.

El vegetal…
hierba tierna y aromática
-la del viejo Whitman- me acaricia,
en su tallo me anudo y anido,
y savia-sangre es la que alimenta
el pequeño fruto de mi Esperanza.

Nos dispusimos a ir hasta la represa (Salto Grande). Allí, tratar de informarnos a que hora partían las excursiones. Nos sorprendió la respuesta. Todavía era muy temprano (la media tarde) y en este día, ya no había paseos programados. Optamos por pasar por el puente hacia el otro lado, ver el río y conocer la localidad uruguaya.
Salto uruguayo, una ciudad pequeña en la que me llamó la atención los carteles de velocidad máxima. Indicaban siempre un número como 75 o 55 o 35, nunca “un número redondo” (80 – 60 – 40). La idea era tomar alguna merienda en algún bar que tenga televisión por cable y ver el partido (Clásico River- Boca en el monumental, la final de la Libertadores que nunca se concretó). Nos enteramos allí, que no se jugaría. Estaba suspendido. Volvimos rápido antes de que nos agarre la noche.
Y la noche tendría lo suyo, acompañarla con buena cena y seguir a la orilla del lago. Dentro del “recreo” había una colonia de vacaciones para chicos, ideal por estar en contacto con la naturaleza. Como todo lo que está cerca de ellos (chicos) el camping se lleno de bullicio. Los juegos nocturnos, las escondidas varias se repitieron hasta muy entrada la noche. Mucha energía de parte de ellos, que se fueron apagando por cansancio al acercarse a la medianoche.
Nosotros como espectadores también los disfrutamos. Los perros vagabundos y cariñosos se multiplicaron a la hora de la carne asada.
Por la mañana, luego del desayuno, emprendimos la marcha sobre la ruta. Hacia los costados se empezaron a notar grandes plantaciones de árboles, eucaliptus y coníferas (pinos) que imagino pasan a ser materia prima de las papeleras o para la industria maderera.
El camino es bastante placentero, no tan exigente. Después de largas rectas sobre el llano, viene la entrada a la Provincia de Corrientes. Me acuerdo una que otra frase de algún dicho popular o poeta correntino.

“Corrientes,  tiene misterio”.

Ya me suena el chamamé por dentro y fuera. El sapucay está a punto de salir.
Le recuerdo a Tato (así lo llamo a mi hijo menor) que mi madre (su abuela) es correntina, y su abuelo es chaqueño. Así que él también, tiene sangre guaraní.
La tierra fosforosa nos deja sus primeros indicios, flota en el aire y así como su espíritu, está, hasta en los mínimos recovecos.
En Paso de los libres paramos a almorzar. Luego de cierta duda de pasar o no a Uruguayanas (Brasil), seguimos camino hacia el norte por la misma 14 (RN).
La noche no está “muy lejos” y hay que buscar hospedaje. General Alvear es una pequeña ciudad (la capital del departamento del mismo nombre), allí nos dirigimos. Preguntar por un hotel. Ganas de bañarse y descansar.
Por la mañana, Tato en el desayuno no dejó ni las migas, (cuatro cafés con leche, catorce medias lunas…jaja) su buen apetito me causa alegría. Creo que a un padre (o madre) siempre le sucede igual; al ver que el hijo come bien, supone que está sano y eso lo festeja con una sonrisa.
En un tramo largo por recorrer nos abrimos de la 14 para ir rumbo a la capital de la provincia de Misiones. Aparecen las primeras curvas y contra curvas de esas serranías que hablan del territorio misionero.
En esta oportunidad la idea es llegar a Posadas para almorzar o merendar y ver un poquito su costanera. He recorrido una cantidad importante de veces esta ciudad, hace muchos años que no lo hago, está muy cambiada, moderna, más pretenciosa, bastante más poblada y con un tráfico de todo tipo de vehículos, enorme.
Seguramente, vamos a pasar a Encarnación, ciudad paraguaya. Por primera vez utilizaré el puente sobre el río, antes lo cruzaba con lanchas colectiveras de pasajeros. Mucho para ver en poco tiempo ¡lástima!
La noche en la costanera encarnacena se hizo estupenda, apenas un rumor de viento en este tiempo de primavera cálida, con algunas playas arenosas, mucho cemento, bien iluminado y resguardado.
El río está ahí, dictando un poco su propio compás, así es su nombre, “…río que corre sin que se pueda parar”, fundamento de todos sus latidos. Agua, algo elemental.
Regocijo del cuerpo, provisión de humedad, festejo del fluido en nuestros alimentos, sed que crece en cada criatura para terminar saciándola. Así la vida. Así el río para celebrarlo.
Mi hijo me pone inquieto. Él es el encargado de localizar el camino hacia cada lugar donde nos proponemos ir. Eso implica que siempre lo esté siguiendo al ritmo que me impone y ahí, se abre el conflicto… jaja
De repente hay una tregua y vamos consensuando. Parece que la ruta le encanta, tanto que acelera y acelera, no para ni a tomar un mate.
Cuando mis asentaderas ni las siento de muchas horas de estar sobre este vehículo, paramos. Un juguito, un mate, almorzar, un descanso para caminar o solo sentarme en alguna sombra, observar. Oler el paisaje inundado de lo verde. La tierra de ese color que tiene vibraciones más remarcadas. Algo que trae un compuesto que da más vida a estos vegetales. Estallan los sembradíos, cada especie da su nota restallante y el contraste se acentúa. Ahí, animales salvajes, aves de rapiña, zorros, etc. Subidas y bajadas, curvas bien pronunciadas. Nos esperan las Cataratas del Iguazú. Lugar para el asombro definitivo, total…
Llegamos a Puerto Iguazú, calles con desniveles muy pronunciados, cuesta arriba, bajadas, y “…verde que te quiero verde”.
Aquí la conjunción de las tres fronteras. Tres fulgores diferentes que se misturan buscando su expresión más acabada. Todo converge en un vértice que tiene un poco de cada uno.
Son tres maneras de sentir la vida con distinto idioma, idiosincrasia, costumbres y tradiciones, que a la vez, van enriqueciendo al de al lado, continuamente. Un lugar muy interesante que encima tiene el sonido de las cascadas… ja
¡Allí vamos para nuevamente, festejarlo!
El Parque Nacional Iguazú está rebosante de gente y de todo lo que uno busca por aquí. Animales sueltos, todo tipo de insectos, miles de turistas acomodándose en las pasarelas para llegar al lugar donde está esa nube de humedad, la carcajada, la risa plena que da nuestra señora naturaleza para contagiarnos hasta el asombro más profundo. Es su grito de felicidad, que se derrama para ponernos en sintonía, en resonancia con su espíritu.
Vale todo lo que encierra un viaje para terminar o empezar un recorrido que te impregna con el perfume de lo más puro y sano.
Así estamos, el hijo y el padre… jaja y luego de unos cuantos días y de repetir el paseo por esa cascada infinita y sonriente, volver.
La consigna es volver por la costa del Paraná para tocar Ituzaingó, Ita Ibaté, Itatí, Corrientes Capital, Empedrado y otra vez elegir cruzar en diagonal la provincia para empalmar en la 14 la vuelta a casa.
Pero hay que detenerse en Ita Ibaté, recuperar el aire de Doña Blanquita, nacida en estas tierras para llevar conmigo un poco de ese...

“Corrientes, tiene misterio”.

Y allí, reencontrarme con mi madre. Abrazarme a su sonrisa inocente. Envolverla con mi llanto.

Madre:

Ya te observo como un río,
salpicando vida,
refrescando de calma
cualquier horizonte,
dejando a la intemperie
tu sabiduría.
Ya te observo como un río,
reclinada sobre el caudal que empuja,
que trabaja el fondo y la orilla,
demostrando que el color
puede sufrir el reflejo,
y que sumada a tu bondad,
nos premia con la imagen
de la altura en su espejo.
Ya te observo como un río,
que trae su música
entreverada con el rumor
de todas las criaturas,
sembrando risas de espumas,
y al viento de milagros, esparciendo
el sabor del barro.
Ya te observo como un río,
con esa franca promesa de vida
en tu lecho,
que se distingue
cuando se revuelve,
pues tu movimiento
exige a cada instante,
se grave en el recuerdo.




Perezcuper  ( A Doña Blanquita)

Día del amigo

Hoy, ya pasada algunas horas de ¡tanta excitación! se me ocurre poner la mirada en perspectiva.
Digo: lamentablemente, mi visión es demasiado limitada y a la vez, deforma mucho más de lo debido, pero apenas es la pretensión de querer hacer un mínimo comentario después del churrasco.
Sin embargo, esa mirada acompañado a lo que siento, sobrevuela para justificar esto; “la huella que me deja lo vivido” y el intento de dibujar caracteres sobre “la hoja en blanco que me mira”.
Precisamente por eso, me aparece de repente, el pensamiento -que mal resumiré- de don Ernesto (Sabato). (Tengan en cuenta que solo es el resumen de una idea sobre lo que él escribe en “El escritor y sus fantasmas”).                                                                                                                                         

A diferencia de un dios, el hombre  transita de forma constante sobre esa región del alma donde sucede todo; la pasión y la nada… la tragedia y la comedia…
Ese hombre, demasiado vulnerable, sigue vagando entre quebrantos y alegrías pero siempre -caprichosa o tozudamente- está en la búsqueda de pequeños equilibrios y también, indagando en la belleza o en sus propios fantasmas para intentar expresar su emotividad. Resultado de eso, es que en su intensa oscilación descubre la armonía, la capacidad de crear entre otras cosas, su propia música, su propia poesía, y es comprobable, entonces,  porque un dios no puede escribir novelas…

Viene a cuento todo esto (jaja) porque nosotros, al igual que el resto de nuestra especie, fuimos capaces de crear nuestra poesía, nuestro canto y por sobre todo, provocar este espacio de alegría.
“Se que nuevamente, algo de magia flotaba ahí dentro”.
Artífices de semejante acontecimiento, fue el dueño de casa que nos brindó la sonrisa ancha, el abrazo cálido. Cocinó para nosotros, amén de la organización. Por las dudas, trajo la sorpresa invitando a un músico con galardones de artista con mayúsculas, “Chichín” Cachepo, (disculpen si me equivoco en el apellido) con su bandoneón y guitarra a cuestas. También, el mismo anfitrión, sumó su voz interpretando con maestría tangos inolvidables y hasta lavó los platos.
Así, inclusive, cada uno de nosotros con su presencia se hizo imprescindible.
Seguramente, no alcanzan las mejores palabras para contar este evento inolvidable, por lo que solo quiero sumar mi abrazo de agradecimiento.
Sepan ustedes que me siento premiado por la vida y ojalá tengamos o nos demos la oportunidad de repetir.

Otra vez, muchas gracias.
                                                 El chino.

25 de mayo

“Apenas” es una extraordinaria fecha de referencia que acumula infinita emotividad.
Así lo sentí.
Ya estamos en lo del tanito Dipietro, mirándonos con la sonrisa de excitación que implica para nosotros el clima muy fraternal, agradable, que se vive en estos eventos.
Presentía que en algún instante se podría formar algo de sustancioso sabor. No era precisamente el pollo al disco que con mucha devoción, lo preparaba “el enano” Pompilio, al cual quiero agradecer su inmensa voluntad de homenajearnos al cocinar para todos. Había algo más, que de algún modo surgiría, como sucede de manera espontanea en éstas, nuestras reuniones.
Sin la intención de contar las veces que dichos eventos vienen incorporándose a nuestro tiempo vivido, ahí estábamos, formando ese murmullo de nuestras conversaciones, con un volumen importante, cuando de pronto se escucharon de la guitarra del amigo Pomponio, las notas del himno.
No es que quiera exagerar. Fue como un ritual que no se pudo eludir, se apartaron las palabras para dejar que la música gane al silencio, pero no sé si es la edad o mi sensiblera forma de ponerme cuando lo escucho.
Yo creo, más que nada: entre nosotros hay una forma de magia incomparable. El solo hecho de participar nos ahorra el estar consciente de ello. No es necesario darse cuenta. Parecería que esa posibilidad es algo común y natural que esté entre nosotros.
Sin embargo, no lo es. Mirado en otro tiempo –ahora- no quiero reconocerlo como algo común. Situarnos como protagonistas, construir ese momento con la solemnidad y el afecto propio del amor  por el espíritu de esta tierra, nos salva.
¡Estamos salvados amigos!
La vida nos trajo para que seamos capaces de adornarla, cultivándola de emociones tan intensas como estas, las que nos prodigamos al cantar juntos.  

Por eso quiero siempre agradecerles y me siento bendecido por ustedes.


                                                                                                       El chino.